Cuando pintaba las fiestas de su pueblo, las vecinas, los niños vestidos de angelitos, las procesiones, los entierrosà destilaba pureza. Tras los años oscuros de una dictadura que monopolizó la cultura y la estética de varias generaciones, Ocaña devolvía a los grandes iconos secuestrados por el franquismo el olor a campo, la luz de amanecer y el sentimiento de hogar que habían sido reconvertidos ...
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