En un crudo día de invierno de 1650, en Estocolmo, René Descartes, el pensador más influyente y controvertido de su tiempo, fue enterrado lejos de su hogar. Dieciséis años más tarde, el embajador francés exhumó secretamente sus huesos y los transportó a Francia.
¿Por qué este funcionario y devoto católico se preocupó tanto por los restos de un filósofo que fue acusado de ateísmo? ¿Por ...