Amantes, conspiradores, madres e hijos, picapleitos y herederos esperaban la llegada de la silla de posta que, con las monturas al trote en medio de una nube de polvo, transportaba la saca de correos. Impaciente, sin tiempo para servirse del abrecartas de marfil, la enamorada anclada en la provincia rasgaba el sobre lacrado, con las noticias de un joven petulante que se estaba gastando ...
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