SALVOCONDUCTO-19

«Hemos empezado a llevar cadáveres al Palacio de Hielo». El autor se sienta a escribir cuando recibe esta confidencia en su teléfono móvil. Entonces, anota: «Los hornos crematorios de la ciudad han colapsado». A partir de ahí, pertrechado de su salvoconducto periodístico, indaga en la psicología de quienes combaten la pandemia desde el ojo del huracán. También recorre aquellos lugares clausurados a los que accede gracias a su carné de prensa, hasta el punto de quedarse solo en el parque de El Retiro. Este no es un reportaje confinado, hacia dentro, sino una narración panorámica de lo que no pudimos ver. ¿Cómo fueron la vida y la muerte en los días del coronavirus? Al poco de iniciarse la crónica, el padre del autor cae enfermo y es ingresado. Una circunstancia que otorga un pulso trepidante al relato. La herida de la soledad trasluce de manera cristalina y descarnada.

«El asombro con que vivimos aquellos días ha tenido como efecto diferido, e inesperado, la bruma. Al leer estas páginas he ido reconstruyendo episodios completos (...) Lo que viene luego, en este libro, es la vida. El espanto de una epidemia desbordada, el horror de la muerte en soledad, la novedad de la existencia confinada, el humor como desahogo y el miedo de quien se ve sacudido por la enfermedad que asalta al padre. Tres narradores en uno: el periodista, el vecino de al lado y el hijo (...) Hay frases que se clavan en la cabeza como espinas de una corona. Bienaventurados sean los que no olvidan». Del Prólogo de Carlos Alsina