SALVOCONDUCTO

SALVOCONDUCTO.

Autor/es

  • EAN: 9788416453009
  • ISBN: 978-84-16453-00-9
  • Editorial: PRETEXTOS
  • Encuadernación: Rústica
  • Medidas: 210 X 120 cm.
  • Páginas: 100

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pvp 10,00 €


Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Licenciado en Letras por la UCAB. Es autor de los poemarios La arena, el vidrio (Caracas, Editorial Equinoccio, 2008), Extranjero (Caracas, bid&co. editor, 2010; Bogotá, Común Presencia, 2012), Suturas (Caracas, bid&co. editor, 2011) y Heredar la tierra (Bogotá, Común Presencia, 2013). Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (Caracas, bid&co. editor, 2013). También es coautor del libro Los días pasan y las formas regresan, en torno a la obra del escultor Harry Abend. Recientemente han sido publicadas sus traducciones de El hombre atlántico, Agatha y Savannah Bay, libros de Marguerite Duras, Artaudlogía, selección de textos de Antonin Artaud, y Elogio de la creolidad de Bernabé, Chamoiseau y Confiant. Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza cuidó la antología Poetas venezolanos contempoáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes. Actualmente se desempeña como codirector de bid&co. editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la Revista POESÍA de la Universidad de Carabobo y cursa como becario Santander el MFA en Escritura Creativa en Español de la New York University. Mientras escribo el poema, me digo que en él la palabra muerte no dice nada, no tiene densidad, no hace más honda la boca. El poema no sabe de la muerte, como tampoco sabe de la música que llenará mi cráneo cuando quede vacío. Ese mismo cráneo que nadie tomará entre sus manos para anunciar que data del siglo XXI, qué período remoto, qué tiempo bárbaro, qué época de luto. Ese mismo al que nadie hablará, llamándolo Yorick, ser o no ser, pudiera estar atascado en una cáscara de nuez y tenerme por rey de espacios infinitos, y creer que la palabra muerte sirve de algo. Ese mismo que nadie hallará por azar en una fosa común en Sudán o en Serbia, en Vietnam o en Catia. Ese cráneo, digo, ese cráneo mío, que sabrá que el poema es sólo un relato que se hace la muerte, que se vale de nuestras manos para decirse, para verse. Esto lo sabrá mi cráneo, será lo único que sepa, cuando permanezca quieto, sonriéndole al barro desde su vientre. Gusanos breves colgarán de sus cuencas, velarán sus sueños sin palabras.