VEINTE LÍNEAS POR DÍA

Reflexivo, crítico, desapegado, experimental, Harry Mathews combina en las páginas de Veinte líneas por día el estilo austero del diarista con el del narrador que se sumerge en su libreta como en un laboratorio. Por fuera de la falsa modestia que empasta tantas solemnes memorias literarias, este libro es un monumento al recuerdo y a la evocación. Sus amigos de la OuLiPo, Georges Perec, François Lyotard y Raymond Queneau, entre otros, se dan cita en estas entradas, meticulosas en lo formal y de estricta libertad en cuanto a su contenido, para recuperar el tiempo perdido de la vida a través de una escritura tajante, singular, empedernida. Viajes, itinerarios hedónicos, extravagancias, escenas, recuerdos, preguntas, pensamientos, ensoñaciones, hábitos y costumbres de un bon vivant reflexivo orquestan las principales obsesiones de este libro. La premura por ver la letra impresa es otra de sus recurrencias. La inspiración o la falta de inspiración. Como si la escritura estuviese puesta en una vitrina y el escritor la mirara avanzar sobre el blanco de la hoja. Bordeando el secreto, el regodeo narcisista, la confesión, los recuerdos egotistas e incluso la maledicencia. Veinte líneas por día es un manual de escritura sutil y sin más trama que los devaneos por dar con un tema.
(Javier Fernández)

La literatura norteamericana empieza en Melville y termina en Mathews.
(Georges Perec)