LA posteridad de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) ha sido tan diversa, azarosa y mudable como su propia vida. A su muerte, Coleridge era recordado ante todo como el brillante contertulio de Highgate, donde recibía numerosas visitas, en una versión modesta pero prometedora de la celebridad literaria. El Coleridge que merecía pasar a la historia era el prosista; el erudito, el espíritu de inquieta religiosidad, ...
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