La esencial inquietud del universo parece regir nuestro destino; estamos obligados a participar de la actividad por decreto cósmico. Es más, en vez de que intentemos alcanzar al mundo, la cotidianidad nos pisa los talones. Resulta imposible detenerse sin convertirse en un ser irrelevante. La contemplación, por fortuna, nos otorga el paréntesis vital que nos salva de perecer en la estampida. La renuncia a ...