En 1835 Darwin ancló el Beagle en las
Islas Galápagos y lo primero que llamó
su atención fueron las descomunales tortugas que
los balleneros capturaban. De esta manera, el naturalista comprobó que el galápago asado era una
delicia. Pero nunca imaginó que después de un
festín de tortuga gigante, los marineros alucinados
y victoriosos, evocarían a sus amantes cantando
o recitando los más bellos y variados poemas de amor de la ...
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