A los seis años vio como su padre,
con un lápiz, dibujaba un pájaro
sobre un trozo de papel blanco.
Le pareció algo mágico y desde
aquel momento quiso ser
ilustradora. Trabajó en Londres
en varias revistas, periódicos y creó postales y calendarios para
Amnistía Internacional y Greenpeace. Pero pronto se dio cuenta de
que no estaba hecha para vivir en la ciudad. Le gusta el color azul, el
olor de los libros nuevos, los osos polares, el sonido del viento en los
árboles, los nidos de pájaros, los gatos...
Y desearía que un día tuviese muchísimas más horas.