Saúl Bedoya, acaudalado, culto, perverso, hijo de las
guerras civiles que allanaron el triunfo del liberalismo en Argentina, recuerda
sin atemperaciones su juventud disipada en París. Fue uno de aquellos ociosos
herederos de gauchos enriquecidos que dilapidaban su fortuna en busca de un
título, mucha diversión y un barniz de alta cultura europea. Esos argentinos
que «no existen más», como decía Céline. Ya viejo, «monotemático y obsceno»,
traduce en sus ...