Nuestro mundo ha perdido el apetito de sentido. De hecho, ya no sabría metabolizarlo, digerirlo, fortalecerse con él. El sentido es sospechoso de labilidad, hermetismo, flojera vital, narcisismo, connivencia con las sombras, desbordamiento. La poesía ya no puede luchar contra eso, pero tampoco debe resignarse a la insignificancia, es decir, a mimetizarse con lo irrelevante y lo esclerotizado. Ana Becciú, en este libro, dice ...
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