Entonces, cuando es de noche
y Martín posa su mano sobre uno de mis muslos, le pregunto:
¿Hemos venido aquí a ser viejos?
No se llevaron nada, o casi; ni siquiera el gusto por la aventura. Y cuando llegaron al pueblo, entraron en casa y se echaron encima de un colchón como si la noche no fuera a acabar nunca. Amaneció, y a la luz del sol ...
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